jueves, 7 de abril de 2011

La burbuja de los tulipanes

Este episodio, acaecido en Holanda en el siglo XVII, es uno de los ejemplos más citados a la hora de ilustrar el concepto de burbuja especulativa. Quizás es, por el objeto de la especulación, uno de los más curiosos, aunque desde luego no el único.
Los tulipanes llegaron a Europa Occidental a finales del siglo XVI, y en un principio no eran demasiado populares (ya que en su estado natural no es una flor especialmente atractiva). Sin embargo, tras verse afectados por un virus, empezaron a surgir una gran variedad de colores y una forma, irónicamente, más agradable, lo que provocó un creciente interés por ellos.
La boyante situación económica de Holanda en aquella época, derivada principalmente de su gran actividad comercial, hizo el resto; y a principios del siglo XVII, los bulbos de tulipán se convirtieron en piezas de coleccionista.
En la década de 1630, el panorama llego al clímax de la exuberancia irracional, con un mercado de tulipanes en el que el número de transacciones comerciales era cada vez mayor. Los precios ascendían sin parar, alcanzando cifras absolutamente desorbitadas. Sirva de ejemplo que en 1635 se llegaron a pagar 100.000 florines por 40 bulbos, y por un bulbo de la preciada especie Semper Augustus, se podía llegar a pedir 5.500 florines.
En esta situación, generalizada en todo el país, se generó la ilusión de que siempre se ganaba en el mercado del tulipán. Independientemente de a qué precio se comprara, alguien siempre estaría dispuesto a pagar aún más. Gentes de todas las clases sociales se lanzaron a comprar bulbos de tulipán, deshaciéndose de sus bienes más básicos, con la esperanza de revenderlos a otro comprador y así obtener un suculento beneficio. Un marinero desconocedor de los tulipanes fue encarcelado tras comerse por error un bulbo.
Sin embargo, en algún momento de principios de 1637, algunos de los especuladores detectaron signos de agotamiento del mercado, por vez primera no se vendió una colección completamente exclusiva de tulipanes, y decidieron que era buen momento de vender y salir del mercado de tulipanes con las ganancias obtenidas. Esta actitud se contagió rápidamente y el pánico se apoderó del país. Quienes tenían bulbos en esos momentos, adquiridos a precio de oro, se encontraron sin compradores. La situación no era mejor para los que habían comprado mediante un contrato de futuros: se veían obligados a comprar a un precio que ya no era el de mercado.
La situación era tal que el gobierno holandés trato de mediar, estableciendo unas normas que consideraban nulos los contratos realizados a partir de noviembre de 1636, y que establecían que los contratos de futuros debían ser satisfechos con un 10% de la cantidad establecida inicialmente. Sin embargo, estas medidas no dejaron contento a nadie, ya que los compradores se veían obligados a pagar por algo que ya no tenía valor, y los vendedores tenían que vender a un precio menor que el acordado.
La explosión de la burbuja dejó, como siempre ocurre, vencedores y vencidos. Vencieron aquellos que se salieron justo antes de la explosión, acumulando grandes beneficios. Perdieron quienes habían liquidado su patrimonio para especular con bulbos y al final se quedaron con tulipanes y sin casa. Al final, perdió el país entero, que durante años se vio sumido en una importante depresión económica.

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